Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1891-1892 (Cortes de 1891 a 1892)
Sesión: 16 de enero de 1892
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 112, 3259-3263
Tema: Crítica de Sagasta a la actuación del Gobierno

El Sr. SAGASTA: Empiezo por hacer gracia al Congreso, Sres. Diputados, del resumen acostumbrado siempre que se interrumpe un discurso para reanudarlo a fin de poder enlazar mejor lo ya dicho con lo que se va a decir, porque además de que es seguro que recordaréis bien lo que ayer tuve la honra de exponeros, quiero interrumpir esta costumbre, no sólo por ganar tiempo, sino para evitarme el disgusto de recordar lo que yo mismo dije, cosa que me es siempre desagradable, porque, como obra mía, nunca me parece buena. Prescindo, pues, de todo resumen, y entro desde luego en la continuación de mi discurso, como si no hubiera sido interrumpido, como si nada hubiese pasado.

Por lo que ayer expuse, habrán visto los señores Diputados que una de las singularidades que ofrece la última crisis ministerial es, que no sólo fue iniciada, elaborada y resuelta fuera del Parlamento, cosa que ha sucedido muchas veces en España, sino que fue iniciada, elaborada y resuelta fuera de la mayoría parlamentaria, o mejor dicho, contra la mayoría parlamentaria. Que la última crisis ministerial fue iniciada, elaborada y resuelta fuera de y contra la mayoría parlamentaria lo demuestra bien claramente el que su resolución sorprendió más que a nadie, y sorprendió mucho a todo el mundo, a esa misma mayoría parlamentaria.

Claro es que yo siento que la crisis se haya resuelto de esa manera: claro está que a mí no me importaría que la crisis se hubiera resuelto fuera de la mayoría parlamentaria, porque después de todo, esto a la mayoría incumbe y no soy procurador de la mayoría. Por lo que a mí me importa es, porque al resolverse fuera de la mayoría parlamentaria, atendiendo a los precedentes, a las circunstancias que han intervenido en la obra de esta crisis ministerial, resulta también que se ha iniciado, que se ha resuelto esta crisis ministerial fuera de la moral política; porque la política tiene también su moral, como la tienen todas las manifestaciones de la vida, y no se puede atacar impunemente la moral en la esfera política sin quebrantar también la moral en las demás esferas del Estado.

Por los antecedentes de la crisis, por las circunstancias que la han rodeado, por las tendencias de ciertos nombramientos del Gobierno, por la significación que tienen ciertos actos en esta época, desde la crisis acá, ¡ah! yo he tenido un grandísimo sentimiento, cual es el de ver ciertas preferencias; porque he visto que los últimos han sido los primeros; los consecuentes, han sido los postergados, y los advenedizos los elegidos; porque he visto cómo ha sido castigada la lealtad y premiada la disidencia; lo cual, además de ser inconveniente e injusto, puede ser origen de males graves y trascendentales. Cuando las gentes aprendan que el camino para llegar al Ministerio o alcanzar altos puestos es el camino de la disidencia y de la deserción, se destruirán los partidos [3259] políticos, con graves peligros para todos y para todo. Que al fin y al cabo, en la robusta organización, en la sólida constitución de las grandes colectividades políticas, estriban la resistencia y los apoyos en que se fundan las grandes instituciones y los grandes intereses del país; y si siempre proceder tal fue ejemplo funesto para la disciplina de los partidos, hoy que los partidos van a todas partes, hoy que se extienden por todo, hoy que llevan sus alientos y su espíritu a todas las esferas, hoy que no se limitan a resolver los problemas políticos, sino que también pretenden resolver los problemas sociales, hoy este proceder puede no sólo ser funesto ejemplo para la disciplina de los partidos, sino que puede ser ejemplo funesto hasta para la disciplina social, cuando en vista de los peligros que por todas partes asoman, son hoy más necesarios los grandes prestigios y la gran formalidad de los que dirigen, para que sea mayor la subordinación y mayores los respetos de los dirigidos. (Aprobación.)

Y ahora me parece perfectamente oportuno que yo diga algo sobre la apostasía, de que hablé el otro día; que diga cuál es, en mi opinión, la apostasía política.

Claro es que los hombres no deben hacer jamás pactos con el error; que pueden variar de ideas y modificar sus opiniones, no sólo por aquello de que de sabios es mudar de consejo, sino porque la trasformación de los tiempos, el cambio de las circunstancias, la variación de las costumbres, han de traer lógica y necesariamente el cambio de las ideas en los hombres y la mudanza en los programas de los partidos, a no ser que los hombres y los partidos quieran quedar quietos y petrificados ante el movimiento general de las ideas. Pero cuando los hombres, por estas o por otras razones atendibles, modifican su opinión y cambian de ideas, lo dicen a la luz del día, lo manifiestan en todas partes; impulsados por la dignidad, no van al partido al que nuevamente les llaman sus nuevas ideas sino cuando ese partido está en la oposición, para no empezar a gozar de los beneficios sin haber participado antes de las adversidades. Esto no es apostasía; esto, por el contrario, es noble, es digno, es, además necesario; y así, por estas evoluciones, es como se ha formado el partido liberal español, y así es como se forman y refrescan y se rejuvenecen y modifican todos los partidos en todas partes, si no han de ser una excepción dentro del movimiento incesante de las ideas. Pero pertenecer a un partido, disfrutar de sus consideraciones y de sus favores hacer alarde constante de adhesión y de constancia, y de la noche a la mañana aparecer sirviendo al partido contrario en puestos oficiales o en el cargo de Ministro, sin aviso previo, sin notificación alguna, sin despedirse, siquiera por cortesía, de sus compañeros, sin más noticia que la que da la Gaceta por su sorprendente nombramiento, eso es apostasía y a eso llamaba yo apostasía, y siempre se ha llamado y siempre se llamará lo mismo. (Muy bien en la minoría.)

Con esto no se forman nunca los grandes partidos; con esto, cuando más, se conseguirán mesnadas de ambiciosos y merodeadores políticos. Premiar con puestos públicos semejante proceder, es quebrantar la disciplina de los grandes partidos, es arrojar sobre las grandes agrupaciones el virus de su descomposición y de su muerte, con grave daño de las instituciones, con ofensa de la moral pública.

Ya está de cualquier modo, formado el Ministerio, que ha tenido la desgracia de inaugurarse con el último desdichado empréstito, y que, según nos ha dicho su dignísimo Presidente, no tiene otro programa que el de continuar la obra del Ministerio anterior. Pero ¿cuál es la obra del Ministerio anterior? Nos la ha explicado con su grandísima perspicacia el Sr. Silvela, y debe saberlo bien. En política, nada; porque en política nos ha dicho el Sr. Silvela, con mucho énfasis y dándose un gran tono, que el partido conservador había cumplido las leyes que había dejado hechas el partido liberal; que había aplicado el sufragio universal, que había respetado también la del Jurado, la de reuniones y asociaciones. ¿Y qué? Eso, Sr. Silvela, por demasiado sabido ha debido ser callado. ¡Pues no faltaba más! ¿Es que quería S. S. no cumplir las leyes que encontraba hechas y vigentes? ¡Ah! Los Gobiernos ahora pueden interpretar más o menos acertadamente una ley: pero dejar de cumplir las leyes esenciales, eso, afortunadamente, ya no se puede hacer en este país. Que no presente, pues, como mérito el partido conservador lo que era ineludible deber para este Gobierno y para cualquier otro que hubiese venido al poder.

Lo que esto prueba es la buena voluntad con que por el partido conservador se practican las leyes del partido liberal, toda vez que considera como mérito el cumplimiento de la obligación; y lo que esto quiere decir es, que lo que hace el partido conservador respecto de nuestras leyes es sufrirlas porque no tiene más remedio. ¿Y qué había de hacer? ¿Proponer su modificación al Parlamento? ¡Bueno está el partido conservador en estos momentos para venir al Parlamento con reformas de leyes! (Risas en las minorías.)

Pues todavía hay conservadores que dicen con el mayor aplomo, y lo peor es que hay liberales bastante inocentes para creerlo, que ya en la cuestión política no hay diferencia ninguna entre los partidos conservador y liberal. ¿Por qué? Porque el partido conservador no ha tenido más remedio que cumplir las leyes que en vigor ha encontrado; pero que si pudiera modificarlas, no tardaría mucho en hacerlo, de tal suerte, que ni los padres de esas leyes, es decir, nosotros, las habríamos de conocer.

En cuanto al modo de cumplirlas, como mi autoridad podría ser tachada de parcial por el partido conservador, y sobre todo por el Sr. Silvela, voy a invocar en mi apoyo otra autoridad, que no podrá rechazar el Sr. Silvela, respecto del criterio con que S. S. ha aplicado la ley del sufragio universal.

Decía un Sr. Diputado, por aquella época: "Desde aquella fecha (el año 1861) yo he pertenecido a todas las Cortes españolas y no he presenciado en ninguna, absolutamente ninguna, el espectáculo que estas Cortes están dando y que tanto aflige mi espíritu. Yo antes de examinar el acta de ? (un acta cualquiera, sea la que fuere), voy a sentar una modesta proposición que voy a anunciar ahora mismo, y es, que estas elecciones, cuando menos, han sido tan malas como todas las que les han precedido."

Creíamos que con el nuevo estado de derecho iba a haber nuevas costumbres. ¡Ah! Pues, por lo menos, las elecciones hechas con el sufragio universal y con ese estado nuevo de derecho han sido tan malas [3260] como lo fueron las elecciones realizadas por los antiguos procedimientos. Y sigue esa autoridad: "¿No es verdad que el Sr. Ministro de la Gobernación está de acuerdo conmigo en que en estas elecciones ha habido encasillados, es decir, candidatos amigos, candidatos tolerados, candidatos fuera de las casillas y candidatos combatidos? ¿Es verdad o no? ¿Es verdad que en estas elecciones ha habido Ayuntamientos a quienes se les ha arrancado la dimisión por amenaza, Ayuntamientos que se han suspendido administrativamente y Ayuntamientos que han sido procesados? ¿Es verdad o es mentira?" Ya ve el Sr. Silvela cómo ha sido aplicada la ley del sufragio universal Y la propia autoridad continúa: "¿No es verdad que en ese período ha habido cambios, remociones de jueces y magistrados, a gusto de quién? ¿No es verdad que en estas elecciones que estamos discutiendo ha habido actas en blanco, pucherazos, actas rectificadas, falsificaciones?" Y concluyo, porque no quiero molestar por más tiempo la atención del Congreso, con el siguiente párrafo: "Y esa juventud noble y valiente, y esa mayoría del partido conservador, sacrifica todo a mostrarse unida y no ve el contraste que forma con todas las mayorías que le precedieron, y no ve el daño que hace a las instituciones fundamentales, a las que quiere defender." Así es como cumplió el Ministerio anterior la ley del sufragio universal, así es como ha practicado una de las leyes heredadas del partido liberal y así es como ha practicado también todas las demás.

Resulta, pues, por confesión misma del Sr. Silvela, que en política el Ministerio anterior no ha hecho nada. Pues ¿y en la cuestión económica? Tampoco. El mismo Sr. Silvela lo ha dicho, advirtiendo que en la cuestión política estaba todo resuelto, pero que en la cuestión económica estaba todo por resolver. Es decir, que reconoce el Sr. Silvela que en diez y ocho meses de Ministerio el partido conservador no ha hecho nada, no ha resuelto ninguna cuestión política, no tiene presentados los presupuestos, y eso que han permanecido cerradas las Cortes durante quince meses; desahogo y holgura de tiempo de que jamás ha podido disponer Gobierno alguno en España.

Tenemos, pues, que el partido conservador, o sea el Ministerio anterior, no ha hecho nada ni en la cuestión política ni en la cuestión económica.

Pues, y en la cuestión de orden público, ¿qué se ha hecho de aquellos famosos resortes de gobierno que como diestro prestidigitador manejaba con tanta habilidad el Sr. Silvela en la oposición, y dentro de los cuales parecía tener sujeta a su voluntad, a su capricho y a su sentido jurídico a la sociedad entera? ¿Qué se ha hecho? Pues que conteste la Coruña, capital de primer orden, en la que por espacio de dos o tres días reinó la anarquía más espantosa, fue desconocida toda autoridad, la civil, la militar, la eclesiástica, y todas las autoridades fueron atropelladas, silbadas, escarnecidas y arrastradas por el lodo.

Que conteste Málaga la bella (Risas) cuna del señor Presidente del Consejo de Ministros, y patria adoptiva del distinguido Sr. Silvela, en donde turbas desenfrenadas convirtieron una hermosa tarde de fiesta de flores en oscura noche y en espantoso aquelarre, y donde las personas más importantes de aquella populosa capital fueron objeto del ludibrio más sangriento y de las agresiones más soeces y repugnantes.

Que lo diga Barcelona, en donde a la luz de espléndido sol, en día de fiesta, en uno de los puntos más céntricos de aquella importantísima ciudad y en medio del recreo de una gran feria, turbas armadas se reúnen y tienen la osadía de atacar un cuartel, que hubiera sido tomado a no haber sido por el valor de la pequeña guardia.

Que lo diga ahora Jerez, donde a media noche bandas de anarquistas se apoderaron por algún tiempo de aquella importante ciudad, recorrieron sus calles principales, asesinaron a cuantos encontraron al paso y llegaron hasta los cuarteles, donde estaba encerrada la tropa, en vez de ser disueltas por ésta para evitar su entrada en la población. Y eso que la autoridad tenía conocimiento de lo que iba a suceder, que si no lo tiene, no sé lo que hubiera pasado. (Aprobación en las minorías.)

Pues bien; ni en Jerez, ni en Barcelona, ni en Málaga, ni en la Coruña, ni en ninguna parte que han ocurrido hechos análogos, se han visto para nada ni por nada aquellos famosos resortes de gobierno del partido conservador.

Se comprende que un Gobierno pueda ser sorprendido por la deslealtad de un jefe militar que, prevaliéndose de la disciplina, de la obediencia que por la ordenanza debe el inferior al superior; arranca en un momento del cuartel, arroja a las calles a la sublevación y a la indisciplina a una compañía, a un batallón o un regimiento; se comprende que en una zona minera, que en una región industrial, los trabajadores que están constantemente unidos en las entrañas de la tierra, en los pozos de una mina o en las amplias salas de los grandes talleres, se confabulen y en un momento dado produzcan una asonada o un motín, como ha sucedido desgraciadamente diferentes veces en España, y como frecuentemente ocurre en todos los países.

Lo que no se comprende es que hechos análogos a los que acabo de referir hayan tenido lugar a pesar de los resortes de gobierno del partido conservador. ¿Qué explicación tiene, realmente, lo de Jerez? Yo no culpo desde luego al Gobierno por lo que ha pasado en Jerez, porque no soy tan injusto como ha sido muchas veces con el Gobierno liberal el partido conservador. El Gobierno no tiene el don de la ubicuidad, y no puede estar en todas partes ni ver lo que pasa en todas partes; puede muy bien suceder que los acontecimientos de Jerez tuvieran lugar y se realizaran sin conocimiento del Gobierno; pero ¿sin reconocimiento de las autoridades locales? Si aquellas autoridades los conocieron con anticipación, ¿por qué no lo comunicaron al Gobierno de S. M.? Y si no se creían autorizadas para tomar ciertas resoluciones, ¿por qué no acudieron al Gobierno? De lo que yo debo hacer responsable al Gobierno, es de que después de lo que ha ocurrido no haya hecho responsables a las autoridades que en aquellos sucesos intervinieron. No se comprende verdaderamente, no se comprende que habiendo tenido la autoridad local conocimiento exacto de que turbas armadas iban a entrar en la población a deshora de la noche, esa autoridad no hiciera nada por impedirlo, teniendo como tenía fuerzas de sobra en Jerez para ello.

La autoridad tuvo noticia de que los anarquistas estaban reunidos y armados con ese intento a pocos [3261] kilómetros de Jerez, y la primera medida que debiera haber tomado era reunir unos cuantos individuos de la Guardia civil, del ejército o de cualquiera otra fuerza pública, para disolver aquella manifestación, que era ilegítima, que era criminal. ¿Pero no quería eso? Pues con haber puesto unas cuantas patrullas alrededor de Jerez de diez o doce caballos cada una, los anarquistas no hubieran entrado en Jerez y hubieran sido cogidos in fraganti, porque habrían sido detenidos al entrar en la población con las armas en la mano. Pero esto, que era tan sencillo, no lo hicieron aquellas autoridades. ¿Y por qué? Esto es completamente inexplicable; y como no lo hicieron, de aquí que yo exija al Gobierno la responsabilidad por no haberla él exigido, y muy severa, a aquellas autoridades.

Pero a mí no me cabe en la cabeza como el alcalde de Jerez (no tengo el gusto de conocerle, cualquiera que sea me es igual, porque para esto no debe haber amigos ni adversarios), no me cabe en la cabeza cómo el alcalde de Jerez, encargado de la custodia de la localidad, salvaguardia de las familias, de la propiedad, de los intereses, y en una palabra, de la población de Jerez, que tenía el deber no sólo de salvar los de todos sus convecinos, sino los suyos propios, no tomara las disposiciones convenientes para ello. ¿Es que no pudo? Pues hay que averiguarlo, porque recursos y sobrados había en Jerez para haberlo hecho. ¿Es que el señor alcalde de Jerez, comprendiendo el peligro y no teniendo bastantes fuerzas para dominarlo, para contenerlo o para impedirlo mejor dicho, acudió a quien podía dárselas y no se las dio? Eso es lo que hay que averiguar.

Y digo esto, no en son de oposición, lo digo como hombre de gobierno que ha tocado también dificultades de este género. Hay en la autoridad militar, en muchos casos con razón, cierta repugnancia a entregar las fuerzas de su mando a la autoridad civil y consentir que ésta haga uso de aquéllas, prefiriendo que su empleo tenga lugar cuando la autoridad civil resigna la suya; y si esto, que es grave, es lo que ha sucedido en Jerez, yo llamo sobre ello la atención del Gobierno para ver si en la ley de orden público está el caso bastante definido, y si no lo está, para proponerlo. Claro está que el acto de resignar la autoridad civil en la militar el mando es cosa gravísima siempre, porque bien se comprende que por este sólo hecho se cambia por completo el estado de derecho, y esto no debe hacerse más que en último extremo; pero entretanto, mientras no es necesaria la resignación del mando en la autoridad militar, es preciso que la autoridad civil tenga los medios adecuados para impedir que puedan realizarse los delitos.

Si el alcalde de Jerez, si el gobernador de la provincia, que también tenía noticia de los sucesos que iban a ocurrir, no acudió a la autoridad militar pidiendo auxilio, y por no pedirlo ha ocurrido en Jerez lo que lamentamos, indudablemente hay responsabilidad para esa autoridad; pero si la autoridad civil ha acudido a la militar por no tener bastantes fuerzas, una vez que pruebe que hizo uso de todos los elementos materiales que tenía, pocos o muchos, entonces la responsabilidad desaparece de la autoridad civil, pero cae toda ella sobre la autoridad militar.

No se explican, pues, los sucesos con las razones que tuvo bien darnos anteayer el Sr. Ministro de la Gobernación, el cual dijo, con sorpresa mía, porque yo se lo entiendo que es S.S. en estas cuestiones, y además sé que sus opiniones son del todo contrarias, y que más bien peca de enérgico que de débil en este punto, que no se había impedido la entrada de los anarquistas en Jerez por respetar el derecho de asociación o de reunión, porque realmente era aquello una manifestación. ¿No sabe S.S.: que no había que respetar derecho ninguno en aquellos momentos? ¿No sabe S. S. como recordaba ayer mi distinguido amigo y correligionario el Sr. Duque de Almodóvar del Río, que de noche no es posible la manifestación, ni aún de día es lícita con armas? Pues aquella se efectuaba de noche y con armas, de modo que no sólo no habría que respetarla, sino que era un delito, y la autoridad estaba en el deber de haberla disuelto inmediatamente, imponiendo a los infractores de la ley el condigno castigo.

Después de todo, ¿qué significa el que entren varios amotinados en Jerez, habiendo anunciado que iban a entrar y con los propósitos que decían que llevaban?

Pero a esto decía el Sr. Ministro de la Gobernación: es que nosotros no queremos emplear el sistema preventivo, porque eso no le parece bien al partido liberal. Es decir, que el Sr. Elduayen a estas alturas, después de ser tan conservador, se va al sistema represivo, pero al absurdo del sistema represivo; porque ha de saber S. S. que el sistema represivo, llevado a los límites a que S. S. pretende que se ha llevado en Jerez, es un sistema salvaje, que no conduce más que a poner la seguridad individual a merced de los criminales. Eso de decir: se va a cometer un delito; ¿si? pues que se cometa, que aquí estoy yo, Gobierno para después que se haya cometido, castigarle. con ese sistema no podríamos vivir.

Y esto me recuerda un cuento que yo referí hace años con motivo de esta misma cuestión, pero que, al parecer, se ha olvidado, por lo cual le voy a recordar. Había venido un inglés a visitar los monumentos antiguos y famosos que encierra nuestra querida España, y en su excursión había ido a parar a un famoso convento; y visitándole, porque en verdad era un monumento, el tal monasterio, de hermosa arquitectura, soberbio edificio, con un cuerpo central y dos cuerpos laterales salientes, en uno de los cuales había un balcón resguardado con un magnífico antepecho de piedra de sillería admirablemente labrada, y cuyas labores guardaban simetría con el resto de la arquitectura del edificio, pero en el otro cuerpo saliente había otro balcón desnudo, un balcón que no tenía antepecho; y en el inglés, al examinar el edificio por los cuatro costados llegó a la fachada principal, que era ésta, y le dijo al lego que le acompañaba, chocándole aquella anomalía: "Diga, hermano ¿cómo es que aquel cuerpo saliente tiene un balcón con una balaustrada tan hermosa y que tan bien juega con el resto del edificio, y en este otro cuerpo saliente el balcón no tiene antepecho, lo cual estropea la simetría de tan magnífico monumento?" Y el lego le contestó: "Es que por aquel balcón se cayó un fraile y se desnucó, por lo cual se puso el antepecho."-" Entonces, le replicó el inglés ¿por qué no se puso el antepecho en este otro balcón siquiera para que hubiera simetría en el edificio?" - "¡Ah, señor! repuso el lego; porque estamos esperando a que por este se caiga y se desnuque otro [3262] fraile." (Risas.) Este es el sistema represivo del señor Elduayen, tal como le entienden muchos, por lo cual bueno es fijarnos también sobre este punto; porque es muy importante, tratándose del primero de los derechos del ciudadano, que es su seguridad individual, es muy importante que sobre esto no quede duda ninguna. Vamos a determinar la manera como más eficazmente este derecho queda, en efecto, realizado. En aquella época remota explicaba yo el sistema preventivo y el sistema represivo, con un ejemplo que está al alcance de todas las inteligencias: supongamos que Juan quiere matar a Pedro; ha llegado a noticias del Gobierno, por el conducto que llegan estas cosas a los Gobiernos, que Juan tiene intención de matar a Pedro. Pues sistema preventivo me apodero de Juan e impido que mate a Pedro. Pero, entretanto, le quito la libertad a Juan, que es muy posible que no tenga semejante intención, y que aún teniéndola, es muy posible que no la realizara.

Resulta, por consiguiente, con el sistema preventivo, que queda la seguridad individual a merced de cualquier denuncia. Este sistema no se puede seguir.

El sistema represivo, tal como lo entiende el actual Sr. Ministro de la Gobernación, consiste en lo siguiente: Juan tiene intención de matar a Pedro; y si le mata, después de haber ejecutado el crimen, prendo a Juan y le castigo (Risas.) Es decir, que con este sistema represivo, llevado a los límites a que le quiere llevar ahora el Sr. Ministro de la Gobernación, la seguridad individual está a merced de los criminales.

Entonces se dirá: ¿qué sistema se ha de seguir? Uno muy sencillo; el que lo armoniza todo; el que no deja la seguridad individual ni a merced del Gobierno, ni a merced de una denuncia falsa, ni a merced de los criminales.

Por ejemplo: Juan quiere matar a Pedro. Pues el Gobierno, sin meterse con Juan, debe rodear a Pedro de tales garantías y de tales cuidados, que haga imposible la realización del intento de Juan, pero dejando a éste en completa libertad; y si llega Juan a poner en ejecución su propósito, antes de que lo realice, el Gobierno le echa mano y le castiga. (Rumores en la mayoría.)

Este no es sistema preventivo ni sistema represivo; es el sistema de precaución, al cual podría llamarse por analogía sistema precautivo.

Para que vea el Sr. Elduayen la diferencia que hay entre este sistema y los otros dos, ponga en el ejemplo que he citado, en vez de "Juan", "anarquistas", y en vez de "Pedro", "Jerez"; en cuanto los anarquistas quisieron entrar en Jerez, el Gobierno pudo, sin meterse con los anarquistas, haber rodeado a Jerez de los cuidados necesarios para que los anarquistas no pudieran entrar en la ciudad; y como eso lo podían hacer unas cuantas patrullas de caballería, ya ve el Sr. Elduayen cómo por este sistema de precaución se hubieran evitado los escandalosísimos sucesos de Jerez.

Tenemos, pues, que el Ministerio anterior no ha hecho nada en política ni ha resuelto ninguna de las cuestiones económicas que encontró pendientes, y ha sido grandemente desgraciado en la cuestión de orden público.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros ha dicho que este Ministerio tiene por programa el mismo que tenía el anterior. Pues yo le pido al Sr. Presidente del Consejo de Ministros (y del enemigo oiga el consejo) que no haga lo que ha hecho el Ministerio anterior; que para conseguir algo fructuoso para el país, haga precisamente todo lo contrario. Pero si se empeña en continuar la obra del Ministerio anterior, ya sabemos cuál será el resultado.

Dije antes que no había hecho nada el Ministerio anterior; pero, ¡ah! ¡ojalá no hubiera hecho nada! Ha hecho la ley del Banco, cuyas desastrosas consecuencias, por nosotros predichas, está sufriendo con amargura el país; ha hecho la emisión de los billetes hipotecarios de Cuba, cuyo importe, por valor de 34 millones de duros, aparte de algunas cantidades que se han invertido en subvenciones y en recoger billetes, que ojalá no se hubieran recogido, no se sabe qué se ha hecho de ellos ni dónde han ido a parar; ha hecho el canje de los billetes de Cuba, faltando a la ley de autorización, cosa siempre muy grave, pero más grave cuando se trata de una ley que se refería a grandes intereses, dando lugar con esto, involuntariamente, claro está, al más escandaloso agio; y ha hecho, y si no lo ha terminado lo ha iniciado, el último desdichado empréstito. ¿Y esta es la obra del Ministerio anterior? ¿Y el Sr. Presidente del Consejo quiere que este Ministerio la continúe? ¡Ah! no, que no la continúe; se lo digo yo honradamente; porque si la continúa, Dios nos la depare buena.

Hemos, pues, hablado de lo pasado, como que era el objeto exclusivo de esta interpelación; tenemos que hablar ahora de lo porvenir, y de lo porvenir hablaremos en sucesivos debates al examinar los problemas económicos pendientes y las soluciones que de ellos nos ha de presentar el Gobierno; porque no parece bien ni sería justo que juzgáramos pensamientos que no conocemos, y sería altamente inconveniente que las oposiciones presentaran pensamientos y soluciones cuando no se conocen las del Gobierno.

Presente, pues, esas soluciones el Gobierno, en la seguridad de que las oposiciones, me parece que puedo responder de todas, porque yo no quiero escatimar a ninguna el patriotismo que anima a la que yo tengo el honor de capitanear, las examinaremos con imparcial criterio, y todas aquellas medidas que vayan enderezadas al bien público merecerán no sólo a nuestra aprobación, sino que no las regatearemos el aplauso, y aun aquellas que no vayan encaminadas en tan noble y beneficiosa dirección, las examinaremos con el deseo de encauzarlas en aquel sentido, según nuestro leal saber y entender; que cuando se trata de asuntos que presentan tales dificultades y que afectan a tan grandes intereses, ¡ah! entonces la conveniencia y el interés de partido deben dejar su lugar al deber del patriotismo; y si el patriotismo consigue aunar los esfuerzos de todos en tan patriótica empresa, tranquilícese el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, arroje de su dolorido corazón el amargo pesimismo de que dio tan colmada muestra el otro día; recuerde, él tan conocedor de nuestra historia patria, que en tiempos más calamitosos, de mayores dificultades y de más grandes empresas ha sabido salir triunfante cuando se creía más abatido este nuestro querido pueblo, el pueblo español. (Muy bien en las minorías.) [3263]



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